La fuerza del espíritu es tan profunda como la medida en que se atreve a desplegarse y perderse, afirma Hegel, y estándar es medida del extrañamiento de quien se lee y no se escucha más porque yace lejos del que fue su lenguaje en otra vida. Entre el poeta-objeto y el autor de un decir nuevo, casi por inercia, desgarra la voz un vértigo sin atributos donde se ahogan las sirenas y (aún) se desoye el filo de las arpas. A fuerza de un verbo que renuncia a la ironía por un laconismo asceta, Guajardo logra cruzar su horizontal caída y arribar al poema.